Los vecinos

alumnos
Luces encendidas y apagas combinadas que asemejan el fondo de una enorme ciudad vista a distancia, los vecinos luchan con los dilemas de su existencia en medio de libros, conversaciones banales en medio de comida típica, bullas, manifestaciones políticas más alienantes que liberadoras y bajo la constante esperanza de la inasistencia del docente o la abrupta interrupción de clases. Estas escenas representan buena parte de la cotidianidad de los vecinos, esas personas tan parecidas entre sí y a quienes vemos con recelo, con desdén, con curiosidad y en ocasiones con envidia, por tener tantas facilidades en sus estudios.

Los vecinos nos miran, nosotros los miramos. Ojos que se cruzan bajo un inexplicable (¿o comprensible?) desconfianza que se alimenta del miedo, del rumor, del pasado…

Los barrotes impiden o por lo menos mitigan la posibilidad de “contaminación” académica, política e incluso ideológica (¿?) de estos vecinos indeseables para unos, dichosos para otros.


Sin embargo, las miradas quedan, los comentarios en voz baja no cesarán. Cada quien envidia algo del otro: el orden, la libertad, la limpieza, la flexibilidad, la eficiencia, la vida social, etc… Es cierto que la inconformidad es parte de la naturaleza humana, pero ¿hasta qué punto los malos hábitos de los vecinos podrían prevalecer sobre la cultura nuestra y viceversa? ¿Qué beneficios interdisciplinarios pudieran estar desperdiciándose? Pero también surgen preguntas como: ¿Es conveniente dejarse llevar por actitudes que entorpecerían el proceso vivido? ¿Valdría la pena mezclar los problemas propios, con los de los vecinos? La respuesta, al final del camino.

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